Vocación a la Santidad y quehacer político - Signos de la santidad política

Publicamos un artículo del R.P. Mauro Matthei, o.s.b. publicado en la Revista Humanitas Nº37 de Enero-Marzo, 2005, y también el el sitio de la Fundación Jaime Guzmán en http://www.fjguzman.cl/interna_noticias.php?id=15729 (se puede bajar directamente y el artículo completo)

Nosotros exponemos un estracto, que creemos es lo más 'elemental', por lo tanto, fundamental.


Signos de la santidad política

Dos de ellos ya han sido mencionados: 1) la integridad moral, que el político santo tiene en común con el resto de los santos; y 2) la visibilidad de un orden divino en la orientación con que este santo procura la obra del bien común terreno, es decir: a) el respeto y la promoción de los derechos fundamentales de la persona humana; b) la prosperidad o el desarrollo de los bienes espirituales y temporales de la sociedad; c) la paz y seguridad del grupo y de sus miembros2 .

Por lo común esta «visibilidad» no es permanente, debido al desorden del pecado humano que sin cesar desfigura las mejores realizaciones del orden político. Incluso sucede que estas «potencias de disminución», como las llama Teilhard de Chardin, logren hacer abortar la obra
del político santo antes o al poco tiempo de que esta pueda producir su fruto. Es el caso de Santo Tomás Moro y también la breve vida pública de Carlos I de Austria que sólo les deparó la frustración total de sus mejores intuiciones en cuanto al bien común de Europa. Pero los
parámetros del «éxito» de los discípulos de Cristo no pueden ser otros que los del «éxito» de su maestro, que está contenido en el misterio pascual de su muerte y resurrección: una victoria definitiva bajo la apariencia de una derrota mortal.
Hay después un tercer signo, acerca del cual Juan Pablo II ha reflexionado muy profundamente en sus mensajes en torno al jubileo del año 2000: la percepción (no siempre muy consciente) de la relación entre la historia terrena y la historia de la salvación. La historia terrena con su
cúmulo de sucesos, historia en minúscula, está asumida por la historia de Dios con su pueblo, que es la llamada historia de la salvación, plan oculto desde los siglos y revelado «ahora» en Cristo (Ef 1). Esta es la historia propiamente tal, la historia en mayúscula.
Si la historia en minúscula, a pesar de sus siglos de duración, es sólo parcialmente conocida, a causa de la ausencia de fuentes que se llama «pre-historia», o de la escasez de fuentes sobre largos períodos, o del escamoteo, alteración o sustitución de las fuentes por mitos políticos
como se practica a partir de la época moderna; la historia de la salvación, en cambio, se encuentra enteramente consignada y reconocida en las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento, patente, irrefutable, imposible de obviar, por más que se la niegue o pretenda
ignorar.
En segundo lugar, la historia en mayúscula conduce infaliblemente a un buen fin, lo que no podrá decirse de la historia en minúscula.
El político obediente a su vocación a la santidad se deja guiar por los datos seguros de la historia en mayúscula para leer a la luz de ella la insegura historia en minúscula y actuar en ella. Por difícil que ello sea, el dato seguro es que hay una relación entre las dos historias, entre el orden temporal y el eterno, entre la historia inmanente y la trascendente, entre la Jerusalén de arriba y la Jerusalén de abajo, entre el mundo presente y «el nuevo cielo y la nueva tierra».
Todo el Antiguo Testamento parte de la convicción básica de que existe una estrecha relación entre lo que sucede en la tierra y lo que obra Yahvé desde su eternidad. Los buenos gobernantes siembran «bendición»; en cambio los que se resisten a la voluntad divina obran confusión
y desgracia. El conjunto y colmo de la mala conducción de los asuntos terrenos provocan el estado de «cólera», que desde la perspectiva del Nuevo Testamento San Pablo describirá con intensa emoción narraen su Carta a los Romanos 1,18-32. Pero incluso los malos gobernantes
trabajan, sin quererlo, para la Providencia Divina: «Ay, Asiria, bastón de mi ira, vara que mi furor maneja. Contra gente impía voy a guiarlo, contra el pueblo de mi cólera voy a mandarlo, a saquear saqueo y pillar pillaje y hacer que lo pateen como el lodo de las calles. Pero él no se lo figura así, ni su corazón así lo estima»(Is 10,5-7).


CM

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